Debido al crecimiento prostático que experimenta el hombre con el paso de los años,
aparecen síntomas relacionados con él que no pueden, en ocasiones, ser tratados de
forma eficaz con medicación. Es en ese momento cuando recurrimos a la cirugía
prostática.
Indicaciones absolutas de cirugía que no se debiera demorar son las infecciones urinarias
de repetición, la formación de litiasis en la vejiga, la retención urinaria, micción muy débil,
sangrado reiterado de origen prostático, el deterioro de la función renal y la presencia de
síntomas tan acusados que hacen que el día a día del paciente sea insufrible para él.
De entre las distintas posibilidades quirúrgicas para el tratamiento de la hiperplasia
prostática benigna la resección transuretral es considerada la referencia y con la que
todas las nuevas ténicas (vaporización láser, enucleación, etc) se comparan.
Consiste en eliminar el tejido central de la glándula prostática previa introducción de una
cámara con fuente de luz propia. El tejido a eliminar se secciona mediante un bisturí
eléctrico (resector) incorporado a la cámara y posteriormente se evacuan los fragmentos
para su análisis anatomopatológico.
Requiere un periodo corto de ingreso y sondaje postoperatorio (habitualmente 48 horas) y
se suele realizar mediante anestesia espinal, minimizando los riesgos anestésicos sobre
todo en pacientes con problemas respiratorios.